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|a La problemática de la libertad religiosa, de la búsqueda de una relación personal con Dios, la reflexión histórica sobre el nacionalcatolicismo y la ultraortodoxia conservadora en materia de fe y costumbres, su defensa de la religiosidad marginal, de los elementos heterodoxos en la configuración de la espiritualidad nacional, del mundo judío y morisco, la investigación de las heterodoxias cristianas a lo largo de la historia, del mundo del protestantismo, o de las fábulas místicas hebreas y cristianas propiamente dichas, se fueron vertiendo en sus primeros libros narrativos, junto con la realidad castellana, con los conflictos morales surgidos tras la guerra civil, lo que alumbró un mundo novelesco propio, muy apartado sin embargo de las modas que entonces prevalecían en la narrativa española de aquellos años. La acción se centra en la clausura, cierre y destrucción del monasterio de religioso de Port-Royal des Camps en el año de 1711, por orden de Su Majestad el Rey Cistianísimo de Francia Luis XIV, que pasaría a la historia bajo la apelación controlada de “El Rey Sol”. Dicho monasterio era ya desde mucho tiempo atrás uno de los centros teológicos que irradiaban sobre Francia entera lo que se conoce con el nombre de “jansenismo”, denominada herejía según la cual la búsqueda de un cristianismo puro, austero, acendrad e independiente ponía en tela de juicio las relaciones de poder a poder que se estaban fraguando entre la Iglesia y el Estado. Tema recurrente en la historia de las ideas, de las religiones, del arte y de la literatura de todos los tiempos, que hunde sus raíces en los gnósticos primitivos, , las caratas de Pascal, testimonios de Saint-Simon, y obras dramáticas posteriores, y que en manos de José Jiménez se convierten en esta Historia de un otoño en un diálogo posiblemente histórico entre diversos personajes y otros tantos poderes espirituales y terrenales -los representantes de la Iglesia, de la Corona, sus servidores, lso criados, los herejes que se proclaman más cristianos que nadie, los burócratas y verdugos que les persiguen hasta la dispersión y la muerte- y que al final se concentran en el interior de un solo personaje, el del cardenal de París, Luis de Noailles, obligado a hacer cumplir las órdenes del Papa y el Rey, pero que comprendía en lo más profundo de su espíritu la razón espiritual de las pobres religiosas amenazadas por los grandes poderes: El Papa y el Rey, empeñados en hacer reconocer a las monjas jansinistas del monasterio de Port-Royal des Camps que en los escritos de Jansenio se encontrarían los errores teológicos que nadie supo nunca establecer del todo. En realidad, el Rey, aliado con los jesuitas, aprovechó la ocasión para constituirse a su vez en “sociedad perfecta” frente a la otra “sociedad perfecta”, la Iglesia Católica Romana, aliada entonces por blandura y conveniencia hasta cierto punto con el monarca absoluto. Y de allí salió ese absolutismo ortodoxo que gobernaría la sociedad cristiana occidental durante dos siglos y medio, y que ha llegado casi hasta nuestros días, el mismo que precisamente Juan XXIII intentó derribar, o al menos desestabilizó para siempre a través del Concilio Vaticano II, de donde nos llegaba, desde entonces hasta hoy, este testigo impaciente que es José Jiménez Lozano.
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