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|a Los gramáticos suelen protestar airadamente por los atropellos que hablantes y escritores cometemos a diario, violando las sagradas normas que rigen el hablar y escribir correctamente el idioma. Tales protestas no son nuevas. Se han presentado a menudo, en odas partes y en todos los tiempos. Ya en la Roma de la época de Cristo, Varrón, el gramático, y Quintiliano, el retórico, tronaban contra las corrupciones a que los bárbaros sometían el dialecto del latíum, la lengua universal de la época. Cuando los españoles llegaron a esta parte de América que los etnólogos, por razones de comodidad clasificatoria, han denominado Mesoamérica, se encontraron con pueblos de un alto desarrollo cultural, si bien su cultura difería totalmente de la cultura europea. No se trataba de pueblos atrasados, primitivos o bárbaros, como se ha venido repitiendo a lo largo de más de cuatrocientos años. Se trataba sencillamente de pueblos con un desarrollo cultural distinto y que en muchos aspectos estaban más adelantados que la Europa del Siglo XVI. La primera corriente de asimilación de vocablos nahuas al español fue seguramente provocada por los propios conquistadores, quienes tuvieron que adoptar forzosamente los nombres indígenas de objetos, animales y vegetales que les eran desconocidos y para los cuales no existía nominación en castellano. Así, una gran cantidad de nombres fueron incorporados desde el primer momento al vocabulario español, los cuales han llegado hasta nosotros, identificándose en el habla corriente hasta el punto de que actualmente los consideramos nombres propios del español. Muchos de ellos, con cientos de años de retraso, han sido incorporados al diccionario por la Real Academia de la Lengua. La segunda y más importante corriente, la que más decisiva influencia ha tenido en el habla actual de El Salvador, se inició cuando los indígenas comenzaron a hablar español. Como ya he dicho, no lo aprendieron a hablar en escuelas, gramaticalmente, sino en el diario contacto con los conquistadores. Comenzaron también por deformar muchas palabras españolas, pronunciándolas a su manera. Luego introdujeron otra larga serie de vocablos, imponiendo también el uso de verbos nahuas, como aguachinar, apachar, chimar, chipiar, Chiquear, pepenar, tapizcar. En el aspecto fonético, los nahuas modificaron la pronunciación del español, suprimiendo toda diferencia entre S, C y Z, y substituyendo estos sonidos pro una S breve y aspirada, muy parecida al fonema del náhuat que en inglés se representa por H, como en cuahcal: generalmente decimos nohotros en vez de nosotros. La LL del castellano se cambió por una Y bien marcada, que no sólo substituyó a aquel fonema sino que se introdujo donde no existe: no sólo decimos cabayo, ella, estreya, sino que introducimos la Y para separar el diptongo IA, diciendo habiya, teniya.
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