| Sumario: | Cuando el cuento no es el preludio de una agonía o la agonía mismo, la muerte es el principio o el fin. Pero méndez sabe cómo burlarse de la muerte, la pelona, la Pascuala que baila al son que le tocan... El clanero es la agonía de un hombre; El santísimo es la agonía de un pueblo; Un hombre prevenido es el desafío a la muerte; En los velorios es la muerte como pasatiempo; Cristo se llamaba Sebastián es una resurrección inútil. Pero el humor con que es tratado el tema de la muerte; esa actitud extravagante de los moribundos ante su propio desenlace, hace que el lector termine por reír, casi sin saberlo, de sí mismo... El estilo coloquial, de plática amena, empleando siempre giros y modismos vernáculos, imitando el idioma creado por el pueblo sin caer en folklorismo turístico ni en falsificaciones, da a los relatos de Méndez un carácter no literario, no retórico. Bien estructurados, el desuso del idioma literario es la clave de su frescor y espontaneidad. Figuras estilísticas como el apóstrofo, figuras de pensamiento como la prosopopeya, expedientes impresionistas como la onomatopeya, son recursos dentro de la tradición criollista el ambiente y los hombres y mujeres de talco de Joyabaj. Casi no es necesario subrayar la prolongación popolvújica en las historias de Juan Ralios Tebalán, en Los chiles de Teresón, en Cómo nació el talco… Aquí es la tradición indigenista, o mejor dicho indígena, eminentemente oral, la que méndez retoma de los propios labios del narrador, sin retoques desmitificadores, a pesar del asombro de los jóvenes oyentes. Dentro del marco histórico en que se desarrollan estos relatos, la sombra del señor presidente Estrada Cabrera, "el benemérito de la patria y protector de la juventud", oscurece por momentos la vida del más humilde clanero, del alcalde, del carpintero, del zapatero remendón... Como una defensa contra la simple tragedia de vivir, el pueblo ría de la amenaza con su inveterado don de construir chistes negros y amargos a costa de sí mismo. La denuncia social está implícita en cada conflicto real o imaginario; en el escapismo diarios de los personajes... Pero al canto angustioso se opone un grito destemplado de buen humor; al paisaje tétrico se opone la claridad de una inevitable carcajada. El compacto universo de Joyabaj, distribuido en estos diecisiete cuentos, es casi una novela dislocada, un mosaico o poliedro en que cada lado es un capítulo íntimamente ligado al conjunto, a la historia toda del pueblo. Aunque el cuento no busca básicamente la descripción de tipos humanos, ha sido inevitable que éstos se impongan y determinen los diversos argumentos, y no al revés. Como la mayoría de las narraciones están contadas en primera persona, de cuando el autor era sólo un niño, es natural que exista cierta relevancia de los personajes respecto a la acción y que a eso se deba su aparición y reaparición en distintas historias. La fidelidad del narrador no le permite abstraer el fondo humano sobre el que se desarrolla determinado suceso. Y esto viene a demostrar que el verdadero protagonista de este mural tragicómico es el pueblo entero de Joyabaj.
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