Sumario: | ¿Puede un muro fronterizo realmente disuadir tanto a invasores como a quienes lo cruzan, a la vez que defender, unificar y mantener la «pureza» de la cultura que encierra? El primer em-perador chino Qin Shihuang (259-210 a.C.) y sus sucesores en las siguientes dinastías trataron de lograr ese propósito; la Gran Muralla china testimonia eternamente tales esfuerzos épicos. ¿Tuvieron éxito los gobernantes chinos? La pregunta se ha vuelto cada vez más desalentadora e incontestable a medida que la historia se desarrolla y evoluciona. Irónicamente, durante más de dos milenios, la construcción fragmentaria de la Gran Muralla secuenció un «ADN-del-muro que ha quedado grabado como huella cultural. En el rápido avance hacia los Estados Unidos (EE. UU.) del siglo XXI, se plantean las mismas preguntas cuando el presidente Trump promete construir un muro «grande, grande», físico e impenetrable, en la frontera entre EE. UU. y Mé-xico. El muro de Trump ha sido diseñado para detener a los inmigrantes ilegales mexicanos que ingresan a EE. UU., con el fin de proteger los intereses de los estadounidenses, que el idioma inglés no sea «contaminado» y sus valores no sean cuestionados. El muro de Trump se establece para delinear lo que son los EE. UU. y, por lo tanto, intenta «hacer que EE. UU. vuelva a ser grande». Bajo un compromiso intercultural, este artículo decodifica el «ADN-del-muro» en la cultura estadounidense, argumenta que el muro de Trump es un constructo más mental que físico e invita a redefinir la identidad cultural estadounidense del siglo XXI frente a dicho muro.
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