| Sumario: | No me molestaría lo más mínimo el hecho, bastante probable, de que alguien considerase este libro como un libro de recetas. Pero, muy en especial, me sentiría satisfecho por doble consideración, primera: porque la receta se inscribe en el presente mondo y lirondo. Soy de los que opinan que la escuela debe satisfacer de forma inmediata las acuciantes necesidades estomacales de los alumnos. Mi abuelo me enseñó que solamente los neuróticos padecen las inminencias del pasado y las postergaciones del futuro. Quien vive el presente bien, vive bien el pasado y el futuro. Y segunda: porque la receta no viene nunca sola. La receta no nace de la nada. Toda receta remite a una cocina, la cual, no voy a decir pedantemente que tiene su filosofía, pero, sí, su particular gastronomía, es decir, su visión acerca de las propiedades vitamínicas de los alimentos. También es cierto que uno, aunque posea las mejores recetas en apariencia de este mundo, si no dispone de una excelente cocina lingüística, por mucho que lo intente, lo único que logrará serán pálidos platos de consomé morfemático. Quiero decir con todo ello que la escuela es, sin ningún género de dudas, una cocina. Una cocina en la que el maestro oficia diariamente de cocinero. La metáfora parecerá trivial, pero, no lo es, si reparamos en la siguiente reflexión. Anda todo el mundo de los higos psicológicos dándole vueltas a la calidad de enseñanza y a la enseñanza de la calidad humana. Pues bien ¿quién mejor para despejar esa incógnita que el niño alimentario? El sabe si la carne o el pescado fonético-sintáctico que le da el maestro todos los días es de primera o de segunda categoría. Y repárese en este detalle significativo: la dentición de los niños es completamente diferente la de unos a la de otros. Estos, tienen buenos colmillos, aquéllos, en cambio, tienen unos molares de elefante. Por el contrario, existen otros que no entran en el filetón si no va acompañado de patatas, tomate, pimientos, etc. Y, en fin, existen otros que no le hincan el diente al solomillo lexemático aunque se lo amenicen con una samba. Se indica también, que el peligro no está en el alimento, que es de primera calidad, sino en la manipulación técnico-didáctica que se hace de los mismos. Existen en el mercado cantidad de hormonas sin controlar o, a veces, con el visto bueno del ministerio del ramo, que se introducen en los alimentos egebásicos que alteran y bloquean el proceso digestivo de los alumnos, produciendo en ellos graves trastornos sociolingüísticos. Una escuela que cuida de la salud gastronómica de sus comensales debe ofrecer una variada gama de platos. A las escuelas, en este sentido, más que por sus métodos pedagógicos, se las puede conocer por el tipo de gastronomía que se ofrece en ellas.
|
|---|