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|a “El encierro de los toros en Pamplona, la introducción en el coso de las reses que se lidiarán en la corrida de aquel día, a través de determinadas calles, resulta el espectáculo cumbre de sus fiestas patronales, el atractivo máximo del cúmulo de diversiones con que tradicionalmente se honra a su santo tutelar, San Fermín, a partir del 7 de julio. Los hechizos de su reciedumbre, la emoción de su usanza, el escalofrío que agita los recovecos del alma al contemplarlo, si determinó en vetustas épocas fuerte resonancia hispana y logró su eco traspasar las fronteras patrias, en la actualidad, merced a los medios de difusión modernos, su conocimiento es universal y atrae a ingente número de personas desde los más remotos confines. Se dice que durante su ejecutoria ocurren desgracias y muertes que no transcienden a la opinión pública, merced a las artes desplegadas por una serie de señores, jerifaltes de la política local, íntimamente ligados a los componentes del Ayuntamiento cuando no se trata del Municipio mismo. Mis investigaciones, en los exuberantes filones de la historia taurina pamplonesa, me llevan a la convicción de que en los centenarios anales de su encierro los hechos luctuosos sumaron la cifra de ocho. Cierto que el riesgo cabe condicionarlo a sus estilos y éstos variaron en el devenir del tiempo, incrementándose su peligrosidad en los días que corren.” (Copiado de la introducción).
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